
Science, Not Fiction: es el disco que demuestra que El Duende Naranja todavía tienen los colmillos más afilados. Con este ya son diez discos a las espaldas, y en lugar de sonar cansados, suenan con más rabia y ideas que nunca. La salida del bajista original pudo hundirlos, pero en su lugar metieron a Harry Armstrong, un colega de toda la vida, que le dio una patada en el culo al bajo y le injectó sangre nueva a la banda. Las letras ya no hablan sólo de fiesta y desmadre; Ben Ward, el cantante, se pone serio y cabreado: escupe sobre los políticos ineptos, la estupidez de los fanatismos y le canta a la esperanza de la ciencia, todo con la ronca voz de quien ha vivido lo suyo pero no se rinde.

El sonido es una bestia pesada y enrabiada. Es el Orange Goblin de siempre—eso de riffs que suenan a motor podrido y a whiskey barato—pero llevado a su forma más contundente y clara. Tienen temas que arrancan con una hostia ("The Fire at the Centre of the Earth Is Mine") y otros que te envuelven en una niebla densa y psicodélica ("False Hope Diet"). Que lo haya producido un tipo que trabajó con Black Sabbath se nota: suena enorme, pero sin perder la porquería de garaje que los hizo grandes. La crítica se volvió loca de gusto, llamándolo su mejor trabajo en más de diez años y confirmando que no son una banda de culto, sino unos putos tesoros nacionales del metal. No es un disco más; es una declaración de que todavía están aquí para dar guerra

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