Cómo nos relacionamos los seres humanos en pleno 2026?
¿Acaso estamos más conectados por los algoritmos que por el brillo artificial de nuestros teléfonos?
¿Y para qué sirve mirar los medios tradicionales?
Son los mismos malditos discursos reciclados, con los mismos rostros y los mismos patrocinadores de siempre.
Casi todos están controlados o pagados por el Estado, por el gobierno. En muchos casos, además, están llenos de bots y programas diseñados para entretener y distraer. Intentamos buscar refugio en otros lugares —como la televisión o la radio—, pero a veces, en medio de la desesperación, sentimos que todo nos empuja a mirar hacia un futuro que aún no existe. Un futuro que, en realidad, construimos día a día con nuestras propias acciones.
Ya no hay discusiones pacíficas; solo más violencia. Algunos dicen que esto se debe a la nostalgia de los 90. Otros, en cambio, lo atribuyen a una ideología efímera, superficial y banal. Nos encontramos aterrorizados por esta nueva era del hype, la inteligencia artificial y las supuestas “novedades”, que no son más que una burla para mantener a la mayoría cegada y dependiente de esa constante búsqueda de dopamina que invade nuestro cerebro y recorre nuestra columna vertebral.
Pero entonces, ¿quién es justo en estos tiempos? ¿Quiénes son los verdaderos sabios?
El gobierno cumple su función: obligar, someter y mantenernos dormidos con noticias vacías, obsoletas, amarillistas, repletas de pánico y distracción. Escuchamos tantas voces que terminamos sordos, desarraigados, incapaces de reconocernos a nosotros mismos entre tanto ruido.
Con esta locura de la modernización y las falsas novedades tecnológicas, preferimos no enfocarnos demasiado en aquello que habita en el limbo de la desinformación. Nosotros también tenemos nuestro trabajo. Y si este mensaje logra resonar en alguien, aunque sea por cinco segundos, ya habrá cumplido su propósito.
Trataremos los temas de actualidad y las novedades no como noticias importantes, sino como simples puntos de partida. Nos enfocaremos —casi obsesivamente— en la música nueva, la tecnología, los libros, la programación y otros temas que, al menos, aportan algo más real.
Existen más de mil millones de temas posibles, y aun así, he decidido abordar uno de los más torpes: el del gobierno y las noticias. Pero todo tiene su tiempo de prueba. No somos adversarios del gobierno ni tenemos relación directa con él. Ellos ya tienen suficiente trabajo —el que no han hecho en años y el que seguirán sin hacer por un buen tiempo—. Hablar de ellos sería absurdo.
Ese es el comienzo de este prefacio: un hallazgo entre el ruido y la confusión.